Cómo evitar que las recomendaciones nutricionales nos confundan un huevo
Desde hace un tiempo me he convertido en la versión tecnólogo de alimentos de ese amigo informático al que todo el mundo llama porque el ordenador va lento
Son continuas las preguntas sobre si se puede congelar uno u otro alimento, pero la hecatombe se acerca cuando en la prensa aparecen artículos (“Los huevos vuelven a estar en la lista negra del colesterol”) que contradicen a otros (“Huevo y chocolate entran en la lista de alimentos recomendados para consumir a diario”), escritos con tan solo unos días de diferencia.
¿Cómo es posible que, en menos de dos meses, se pase de alentar el consumo de huevos a decir que hay que limitar su consumo? ¿Por qué las recomendaciones sobre si un alimento es sano o no cambian tan a menudo?
Las razones de estas diferencias en este y otros ejemplos similares pueden deberse a diferentes causas:
La interpretación del periodista. Leer y entender un artículo científico no es tarea fácil. Muchas veces el redactor se queda con el titular y obvia el contexto. Por ejemplo, imaginemos el siguiente titular: “El consumo de (inserte aquí su alimento favorito) duplica el riesgo de (inserte aquí enfermedad a su gusto)”. Sin embargo, cuando vamos al estudio que sirve como fuente observamos que el riesgo ha pasado del 0,001 % al 0,002 %.
La calidad y evidencia científica del artículo científico en el que se basa. En ocasiones no es suficiente para sacar conclusiones claras. Puede deberse a fallos en la metodología, a que el diseño no es lo suficientemente potente o simplemente al tipo de investigación.
Comunicados de prensa interesados. No es extraño que grupos de presión, empresas alimentarias y otras organizaciones estén detrás de la promoción. Para ello seleccionan los estudios que a ellos les interesa, lo que se conoce como cherry picking, lo que promueve falsas concepciones.
Niveles de evidencia en nutrición
Con respecto al primer punto poco podemos hacer, salvo que podamos acceder a la fuente original (si es material público) y seamos capaces de leer (inglés) y entender (el lenguaje científico).
Lo que sí es importante aprender es que no todos los artículos científicos aportan el mismo grado de prueba científica.
Las escalas para medir la evidencia de un estudio o tratamiento son variadas. Quizás la propuesta del grupo de trabajo GRADE sea una de las más utilizadas, pero todas siguen preceptos similares.
Lo primero que hay que saber es si se trata de un estudio observacional o de un estudio controlado-aleatorizado. Los primeros ofrecen menos evidencia y no permiten establecer causalidad. Los segundos son capaces de ofrecer una evidencia mayor, pero aun así hay que considerar otros muchos factores (sesgos, inconsistencias, precisión).
Además, puede darse el caso de que un estudio observacional ofrezca mayor nivel de evidencia que un ensayo controlado. Como ven, no es tan fácil.
Para facilitar un poco el tema existe un tipo de artículos llamados revisiones sistemáticas, entre los que se encuentran los metaanálisis. En estos se recoge información de diversos estudios sobre un mismo tema (por ejemplo, consumo de huevo y mortalidad) y se realiza un análisis en conjunto. Suponiendo que la metodología haya sido impecable (cosa que no ocurre siempre), nos proporcionarán el mayor grado de evidencia posible.
Recomendaciones nutricionales
Las recomendaciones nutricionales deberían estar basadas en el mayor grado de evidencia disponible. Por desgracia, esto no es siempre así.
Tim Specter, catedrático de genética en el King’s College de Londres, comenta con respecto a la nutrición: “Ningún otro campo de la ciencia o la medicina carece tanto de estudios rigurosos”. Razón no le falta. La nutrición es una ciencia relativamente nueva y basada en muchos estudios observacionales. Incluso en los estudios controlados existen dificultades para obtener un importante grado de evidencia.
Esto es debido a que los factores a controlar son muy amplios: raza, sexo, genética, ocio, hábitos, estatus social, horas de luz, de sueño, contaminación ambiental y un largo etcétera.
Eso sin contar la variabilidad de los alimentos. Hay estudios que tienden a usar grupos heterogéneos como carnes procesadas (donde un kebab es igual que un jamón de bellota) o bebidas azucaradas (donde un zumo es lo mismo que un refresco), por poner algunos ejemplos.
Poco a poco la evidencia va a ir mejorando y cada vez los estudios están mejor diseñados y son más relevantes. Hasta entonces, para distinguir entre un buen y un mal artículo sobre alimentación en la prensa generalista mi recomendación es desconfiar de los artículos en los que:
.- No se cita la fuente principal.
.- Es una sección patrocinada de la revista o periódico (suele venir en letra pequeña o escondido en la página).
.- No están firmados por el periodista.
.- Su titular presenta a un alimento como milagroso o como el Apocalipsis.
¿Huevo sí o huevo no?
Volviendo al ejemplo inicial, después de todo lo expuesto es fácil distinguir que, de los dos artículos sobre el huevo citados al principio, es el primero el único que merece la pena.
Sin embargo, yendo al artículo científico en el que se basa vemos que es un estudio observacional. Además, está realizado en un contexto en concreto (EE UU) y con alguna que otra limitación bien indicada en este artículo de la facultad de salud pública de Harvard. El hallazgo sin duda es importante, pero no determinante para cambiar las recomendaciones actuales.
Me parece más interesante este otro estudio de 2018 en el que realizan una revisión de la evidencia disponible hasta la fecha. La conclusión de los autores es que comer hasta siete huevos a la semana no parece presentar riesgos en personas sanas.